Dos semanas después de recibir mi diploma de la escuela secundaria, empecé la transición a ser adulto con una aventura. Aunque había visitado muchos países con mis padres, fue la primera vez que crucé el océano atlántico. Visité Inglaterra y Francia con un grupo de treinta estudiantes y cinco maestros de Inglés. Este viaje fue un regalo de graduación, y lo valoraré los recuerdos para siempre. Todas las experiencias durante esa aventura fueron como un sueño perfecto, pero nunca me he divertido tanto como la vez que fuimos al gran palacio de Versalles.
Viajamos de Londres a París por nueve días para visitar varias ciudades únicas, bonitas y llenas de cultura e historias. Todo fue divertido, pero después de nueve días con tantos estudiantes ruidosos y entusiasmados, no tenía mucha energía. Cada día empezaba muy temprano con nuestro despertadora soñando a las seis y media de la mañana. Durante el día, vimos cosas nuevas, tomamos muchísimas fotos, probamos comida nueva, corrimos por las estaciones de trenes y tratamos de no separar de nuestros grupos en el medio de ciudades grandes. Cada noche estábamos mentalmente y físicamente cansados. Pero aunque me dolían las piernas y la cabeza, me encantaba charlar con mis amigas en los dormitorios del hotel cada noche. Como consecuencia, estábamos fatigadas. Además, no teníamos mucha paciencia con nadie, especialmente cuando otros estudiantes no escuchaban a los maestros o llegaban tarde.
El penúltimo día del viaje, tuvimos que elegir una actividad para el próximo día. No nos importaba mucho, pero últimamente decidimos elegir la opción con los pocos estudiantes. Entonces, sin más discusión, decidimos visitar el palacio de Versalles aunque fue la opción más cara. Al resto del grupo decidió visitar unos lugares más cerca de París e ir de compras, pero no podíamos imaginar pasar otro día con el grupo grande y estrepitoso. Por eso, estábamos emocionadas; no emocionadas para ver el gran palacio, sino para pasar tiempo con solamente cinco estudiantes y mi maestro favorito.
Nos levantamos muy temprano como siempre, pero el día empezó con una manera no ideal. Un estudiante se sentía mal y nuestro líder cambió porque el otro necesitaba quedar en el hotel con el chico enfermo. Estaba decepcionada que un maestro que no conocía bien iba a acompañarnos. Además, él no sabía mucho sobre el transporte en Francia y recibió las direcciones en una servilleta del hotel con una pluma de poca tinta. Desde ese momento, me di cuento que ese día sería una aventura no como los otros días del viaje.
Después de la reorganización de los grupos, finalmente salimos a las nueve, más tarde que planeamos. Por eso, llegamos a la estación del tren a la hora más ocupada con todos los trabajadores conmutando a los suburbios de París. Tomamos tres trenes diferentes y fue difícil para navegar los túneles en partes desconocidas de Francia en medio de millones de personas. Parecimos muy turísticos con nuestros mapas, mirando todas las señales francesas con mucha confusión.
Cuando estábamos cambiando líneas del tren, doblamos y encontramos la policía al lado de las carriles. La cinta de precaución de color amarillo fluorescente impidió el paso. Vimos como cinco hombres serios de la policía tomando notas, y alguien pensaba que vio un charco de sangre por el suelo. Pero no teníamos mucho tiempo para encontrar otro camino del próximo tren y salimos muy pronto antes de investigar lo que pasó. En vez de quejarnos sobre la inconveniencia de salir tarde, estábamos agradecidos. Si hubiéramos salido del hotel más temprano, nos habríamos muerto en este accidente fatal. Con ese estado de nuevo ánimo, continuemos con risa y más paciencia.
Eventualmente, llegamos a Versalles después de un camino largo con una abundancia de turistas visitando el palacio distinguido. A las once, llegamos al hogar famoso. Había una plaza muy grande en la entrada con personas de seguridad y turistas por todas partes. Detrás de la verja de oro se sentaba el palacio simétrico. Fue más grande y magnífico que todos los edificios que había visto. Para compararlo, a la casa blanca del presidente de los Estados Unidos parecía minúscula y aburrida. Finalmente estaba emocionada al ver este gran lugar famoso. No podía imaginarme todo el lujo dentro de estas paredes fantásticas.
Hicimos cola para comprar los boletos que costaron mucho dinero. Pero fue uno de los últimos días de la visita a Europa y sabíamos que el costo no importaba mucho. Teníamos mucha anticipación para finalmente ver el palacio. Al regresar afuera, no pudimos creer lo que encontramos. La línea de personas fue más largo que cualquiera fila que había visto y imaginé que nunca viera algo tan inmenso en el futuro. Fue como una serpiente guardando su tesoro, enrollado muchas veces para que todo la gente pudiera quedar el la plaza. El idea de salir y regresar a París sin ver el palacio después de nuestros retos difíciles no era una opción.
Normalmente, no me gustan las filas. Pero aquel día fue aun más horrible. Hacía más calor de cada otro día del viaje, y no teníamos mucha agua. El centro de la plaza era como un desierto, sin sombra para escaparse a los rayos del sol. Uno de mis amigas trajo una paraguas, y antes nos burlamos que ella era demasiado preparada porque no habían ningunos nubes en el cielo. En vez de protegernos de la lluvia, esa paraguas nos aliviaba del sol caliente.
Me gustaba el grupo, y las conversaciones empezaban divertidas y cómicas. Pero después de los primeros cuarenta y cinco minutos, la moral del grupo decayó. Estábamos aburridos pero no podíamos hacer nada para acelerar el proceso de entrar. Esperamos en la fila por dos horas, moviendo unos pasos de vez en cuando. Por fin, pasamos por las verjas de que estudiábamos los dos horas pasados.
Todo debería ser perfecto cuando entramos, pero esto no fue el caso. Necesitamos salir a las tres de la tarde para volver a París a la hora de cenar. Por eso, solamente pudimos pasar dos horas en Versalles para ver todo. En vez de lamentarnos sobre ese día infortunado, actuamos como si fuéramos un equipo de deportes. ¿La meta del partido? Ver todo lo que pudimos. Para animarnos, hicimos un dicho del grupo: ¡Empuja!. No nos importaba la experiencia de los otros turistas porque esa probablemente sería nuestro sola visita a Versalles.
Formulamos unas concordancias. No tomamos tiempo para comer, ni ir al baño, ni siquiera leer las señas sobre los cuartos y la historia. Empezamos dentro del palacio. Para no perder el tiempo, no miramos las cosas. Solamente caminamos, empujamos, y tomamos fotografías de todo. Decidimos disfrutar las cosas bonitas más tarde con más tiempo. Aunque este no parece como una experiencia agradable, fue muy divertido, casi como una competencia. No me importaba que probablemente parecíamos ridículos tomando fotos de todo sin mirar nada.
Cuando terminamos dentro del palacio, en un tiempo récord, continuamos a los jardines. Fueron gigantes y no quedaba tiempo suficiente para ver todo. Quedamos cerca del palacio para disfrutar la vista impresionante de las plantas, caminos, fuentes y esculturas artísticas. No parecía realístico; la tierra planeado y adornado precisamente se extendía a la distancia, hasta un punto que no podía más verla. Esa tierra era como imaginarse el Jardín Edén. No pude comprender como la familia real construyó estos edificios magníficos o la tierra ideal. Además, no tenía ningún idea como los dueños mantenían el jardín en su condición perfecta.
Después de caminar tan rápido, como en una carrera, teníamos tiempo para relajarnos y realmente apreciar el esplendor. Nos reímos sobre las aventuras dentro del palacio, miramos todos los turistas extraños, oímos las voces de lenguas del todo el mundo, vimos los flores y árboles y tocamos las murallas viejas.
Aunque apenas llegábamos, era tiempo de salir. Eran casi los tres, y todavía no habíamos almorzado. Fuimos a un McDonald’s, y probé el primer Big Mac de mi vida. Aunque normalmente no me gusta McDonald’s, fue una de las comidas más satisfactorias del viaje. Tenía tanta hambre, y el sabor y olor de esa hamburguesa deliciosa me hizo contenta. Pero no solamente experimenté el sabor delicioso, sino el sabor y olor del éxito de un día bueno con gente divertida.
Aunque esa experiencia no fue completamente fácil y unas partes fueron muy lejos de una vacación perfecta, al ver la grandeza de Versalles fue una experiencia inmensurable. Apreciaba un día con menos estudiantes y después de todo lo que experimentábamos, nuestro “equipo” estaba muy cerca. Aprendí mucho sobre estas personas, y el nuevo maestro es uno de mis favoritos ahora con su personalidad calma y cómica. Al ver los fotos del dentro del palacio, descubrimos que no eran de una calidad buena. Sin embargo, nos divertimos ver todo lo que solamente habíamos vislumbrado en nuestro rapidez. Nuestro grupo hablaba de esa gran aventura por el resto del viaje, y decidimos que regresáramos a París y Versalles juntos en el futuro para disfrutarlos con más tiempo. Nunca voy a olvidar nada de ese día, y desde entonces, entiendo que a veces los eventos más inesperados e imperfectos pueden ser más memorables y divertidos.