“¡Malinchista!” era la provocación que escuchaba de niña en mis visitas a Sonora (y también en la zona fronteriza de Arizona, pero esa es harina de otro costal). «Malinchista» significaba «traidor», pero ¿de dónde viene el nombre? De Malintzin (1500-1529), una mujer indígena que vivió la conquista de México, mejor conocida como la Malinche. Malintzin se convirtió en un símbolo en el imaginario nacional mexicano de nuestro pasado reciente; su nombre, hispanizado, como sinónimo de traición, es una invención moderna.

En vida, Malintzin, fue agente de arbitraje cultural y tuvo que tomar decisiones bajo circunstancias limitadas y cambios repentinos. Bautizada como «Marina» por los españoles, fue traductora y consejera de Hernán Cortés durante la guerra de conquista de Tenochtitlan, hoy Ciudad de México, entre 1519 y 1521. Aunque desafortunadamente no tenemos conocimiento de cómo vería su relación con Cortés, Malinztin tuvo un hijo de él, Martín, llamado simbólicamente el «primer mestizo».

Según demuestran fuentes históricas de la época, tanto indígenas como españoles respetaban a Malintzin por su inteligencia y habilidades lingüísticas. Hay evidencia de que aprendía lenguas con facilidad y rapidez. Registros indígenas y españoles la presentan como una persona extraordinaria.

Siglos más tarde, Malintzin fue calumniada como traidora. Una novela del siglo XIX la vilipendia, pero la noción se cristalizó con El laberinto de la soledad (1950), de Octavio Paz. Paz brega de manera elocuente con los cimientos de la psique mexicana a partir de la Conquista. Quizá la intención de Paz fue la de usar a Malintzin como metáfora, pero desafortunadamente, la cultura popular ha interpretado su papel de manera demasiado literal y anacrónica. Posiblemente, este caso ilustra una problemática mayor: la visión que se tiene de la mujer. Es cierto que en la historia de Malinztin se entreteje un entramado de género, sexo, sexualidad y maternidad, puesto que se le considera «la madre de los mestizos». La trama de su «traición» a su pueblo ha tenido una especial resonancia en el imaginario popular.

Pero ¿quién fue ese «pueblo»? Habiendo nacido náhuatl, Malinztin fue vendida a los mayas, quienes, a su vez, la vendieron a Cortés. La amplia categoría «indígena» estaba aun en formación, como lo estaba lo que ahora llamamos «México».

El porqué de la caída de un imperio tan poderoso como el azteca sigue siendo materia de fogoso debate. Entre varias razones, los historiadores señalan la enfermedad, la violencia, la guerra, las diferencias en el desarrollo tecnológico y de armamento traído por los españoles, los cuales venían de una sociedad de guerreros antiguos, cuyos conceptos de masculinidad estaba fuertemente ligado al valor en el campo de batalla. Otras razones están ligadas a las rivalidades que existían entre varias regiones de lo que hoy es México. Cuando llegaron los españoles, el odio hacia la brutalidad mexica era rampante y algunos grupos indígenas decidieron aliarse con los recién llegados con la esperanza de derrocar al Imperio azteca. Durante décadas, recursos y tributo fueron extraídos de otros grupos indígenas y su fue sangre derramada por este régimen dominante. La historia de Malintzin se comprende mejor a la luz de este contexto.  

A lo largo de las Américas, las naciones imaginan su pasado colonial a través de la memoria de lazos entre indígenas y europeos, enfatizando la ayuda que las mujeres indígenas dieron a los colonizadores. En los Estados Unidos, Pocahontas (1596-1617) y Sacagawea (1788-1812) son figuras conocidas, pero sus historias han estado rodeadas de mito y falsedad. 

La conquista de las Américas fue complicada, europeos e indígenas forjaron relaciones y se enfrascaron en conflictos. La violencia y la tragedia son parte de esta historia, al igual que la resistencia y multiplicidad. Muchas historias permanecen inconclusas, otras son desconocidas. Busquemos la evidencia donde quiera que se encuentre y trabajemos para tratar a cada figura histórica con justicia. No queramos pensar en estas historias a través de categorías e identidades actuales, ya que nuestras formas de ver, en la época de estas figuras, ni siquiera existían.